Análisis y reflexión11/12/2025

Cuando la esperanza se hace luz: paz para tiempos heridos

La paz no es ausencia de tensión, sino capacidad de convivir sin destruirnos mutuamente. Es un estilo de relación que empieza en el lenguaje y termina en las estructuras sociales

Hay pequeños rituales que atraviesan culturas y épocas, y que sobreviven precisamente porque siguen diciendo algo esencial. Uno de ellos es encender luces en la Corona de Adviento. En estos días, muchas familias colocan una corona en sus hogares, y otras la encuentran en su comunidad parroquial, donde cada semana se enciende una vela que recuerda un camino interior. No hace falta una gran explicación para entender lo que significa ese gesto: en medio de la vida cotidiana, alguien decide oponerse a la oscuridad con una llama serena. Y ese acto sencillo contiene una fuerza simbólica que no pasa de moda. Estas cuatro velas tienen nombre y sentido:

La primera luz que se enciende en este itinerario es la de la esperanza, una palabra que está lejos de ser ingenua. Vivimos momentos socialmente complejos: familias que ajustan lo imposible, jóvenes que buscan oportunidades sin encontrarlas con facilidad, mayores que experimentan la soledad con un silencio que no siempre sabemos escuchar. La esperanza nace precisamente ahí, en medio de esas contradicciones. No consiste en negar las dificultades, sino en afirmar la convicción de que no estamos condenados a repetir los mismos errores ni a resignarnos ante lo que no funciona.

Las grietas de la vulnerabilidad

En Canarias, donde la vulnerabilidad ha mostrado varias veces sus grietas -desde la vivienda y el empleo hasta la emergencia migratoria y la crisis del coste de la vida-, la esperanza se convierte en un valor casi estratégico. Quien espera, actúa. Quien espera, se mueve hacia adelante. La desesperanza, en cambio, paraliza. Por eso, cuando encendemos la primera vela de la corona -ya sea en casa o en comunidad- estamos haciendo una declaración silenciosa: queremos mirar al futuro sin miedo.

La segunda luz es la de la paz, una palabra que a menudo queda reducida a su dimensión más íntima, pero cuyo alcance social es enorme. La paz no es ausencia de tensión, sino capacidad de convivir sin destruirnos mutuamente. Es un estilo de relación que empieza en el lenguaje y termina en las estructuras sociales. Canarias tampoco es ajena a la crispación: discursos extremos, debates públicos que se vuelven campo de batalla, redes sociales convertidas en un escenario donde el insulto sustituye a la argumentación.

Compromiso real

Encender la vela de la paz equivale a comprometernos con otra manera de estar en el mundo. Denota la voluntad de construir puentes en los barrios, de promover el diálogo público, de no alimentar la espiral del rechazo. La paz también tiene un rostro económico y político: exige instituciones estables, ciudadanía participativa, tejido comunitario fuerte y una apuesta real por la justicia social. Detrás de las dos primeras velas hay una pedagogía silenciosa: no se cambia una sociedad sin cambiar el corazón de quienes la formamos. La esperanza impulsa, la paz ordena. Una sueña el mañana, la otra lo hace habitable.

En el próximo artículo continuaremos este camino encendiendo las otras luces que nos llevan a la Navidad. Porque tanto en la corona doméstica como en la parroquial, este gesto tiene algo de proceso: cada semana una luz se suma a la anterior, y juntas iluminan lo que por separado parecería insuficiente.