Análisis y reflexión11/09/2025

De la Acrópolis al pupitre

En Atenas cada piedra se levantó una sobre otra hasta formar templos majestuosos; de la misma forma, también el aprendizaje requiere dar un paso tras otro, sin saltarse el fundamento

Hay ciudades que no se visitan, se descubren -tal vez nos descubren-. Atenas es una de ellas. Sus calles guardan el rumor de pasos antiguos, y entre sus ruinas aún parece escucharse la voz de quienes buscaron la verdad con pasión insaciable. No es solo una ciudad, es una escuela que permanece abierta, aunque sus maestros lleven siglos ya en silencio.

Caminar por la Acrópolis es sentir, de alguna manera, que el pensamiento tiene cimientos de piedra. Allí donde Sócrates enseñó a preguntar y Platón a dialogar, se percibe que la sabiduría no surge de la prisa ni de la improvisación, sino de la paciencia con la que se cultiva lo esencial. Es un aire que contagia, como si uno respirara razón mezclada con historia.

El comienzo de un curso escolar, salvando las distancias, guarda un parecido con ese ambiente. También nuestras aulas son, de alguna manera, un ágora donde se encuentran las preguntas y las respuestas, donde el diálogo abre horizontes. La primera semana de clases no debería ser un simple prólogo desganado, sino el punto de partida de un camino que exige constancia.

A menudo pensamos que ya habrá tiempo para estudiar, que lo importante empieza más adelante, cuando lleguen los exámenes o las evaluaciones. Pero es un espejismo peligroso. Igual que el atleta que descuida su entrenamiento inicial compromete la carrera, el estudiante que aplaza su esfuerzo debilita el curso desde la raíz.

Disciplina diaria

Los griegos sabían que la virtud se forja en el hábito. No basta con un instante de brillo para alcanzar la excelencia; se necesita la disciplina diaria, la repetición humilde, el coraje de volver cada día al mismo empeño. Y eso comienza ahora, en estos primeros días, donde se decide en silencio la cosecha que llegará después.

El trabajo académico no es un peso sino una siembra. Cada página leída, cada ejercicio resuelto, cada clase atendida con atención es como una semilla que cae en tierra fértil. Quien espera al final, siembra tarde; quien aprovecha desde el inicio, recoge abundancia. La sabiduría se parece a la viña: exige cuidado constante, pero a su tiempo regala el vino nuevo de la comprensión.

Sé que cuesta empezar, que la tentación de dejarlo para más adelante es fuerte. Pero es precisamente en los comienzos donde se demuestra la madurez. Como en Atenas, donde cada piedra se levantó una sobre otra hasta formar templos majestuosos, también el aprendizaje requiere dar un paso tras otro, sin saltarse el fundamento.

Por eso, mi invitación a los estudiantes de este curso es clara: no desperdicien los primeros días. Son, quizás, los más decisivos. Aprovecharlos es escuchar el eco de quienes, hace siglos, nos enseñaron que pensar es el arte más noble del ser humano. Y es hacer justicia a su herencia, actualizándola en cada pupitre, en cada cuaderno abierto.

Y aún más: en el fondo de ese eco griego resuena otra voz, suave y eterna, que invita a construir sobre roca firme y no sobre arena. Porque lo que se empieza con seriedad y se sostiene con fidelidad perdura, resiste y da fruto. El curso comienza: hagamos de él un templo levantado sobre piedra sólida.